Trabajando para una ‘cárnica’

Desde hace unos meses, y probablemente hasta dentro de otros cuantos, trabajo en una ‘cárnica’. Y no me dedico a abrir en canal y despiezar terneras, sino al desarrollo de software. Una cárnica es aquella empresa que, una vez subcontratada por otra empresa, te «alquila» al mejor postor para que te entregues en cuerpo y alma a sus más oscuros deseos (en este caso, relacionados con el desarrollo de software). Las empresas contratantes, en muchas ocasiones, lo son porque no disponen de un departamento de I+D o de desarrollo de software. Sin embargo, en ocasiones, aún teniéndolo, recurren a este mercado de la carne tierna de programadores. A la empresa contratante (el ‘cliente’) le sale más caro este trabajador ajeno que uno propio (tú en cambio a tu propia empresa le sales de lo más barato, como no podía ser de otra forma), pero sabe lo que está comprando: plena disponibiliad, sumisión, desprotección… Y ojo, que las consecuencias negativas no son sólo para el «alquilado», sino también para la propia plantilla de la empresa contratante a la que en la mayoría de las ocasiones poco a poco se va arrinconando y desintegrando ante el aterrizaje de gente que realiza el mismo trabajo bajo una condiciones mucho más beneficiosas para el empresario.

Conociendo este mundillo (antes por numerosas referencias, ahora y temporalmente desde dentro) creo muy interesante una propuesta que encontré de abrir un debate relacionado con estas empresas:

¿Es posible el sindicalismo en empresas relacionadas con el desarrollo de software y la consultoría?

Estamos hablando de un sector donde se realizan (y no se cobran) muchas horas extras, donde constantemente se piden “esfuerzos” a la hora de asumir nuevos requisitos y funcionalidades no asumidos en un principio (con el consiguiente impacto en los plazos de entrega, donde los desarrolladores tiene que echar el resto) y donde es habitual cobrar por encima de convenio, es decir, no es habitual que se produzca una negociación colectiva con la empresa.

No corre el siglo XIX y no existen horarios de 18 o 20 horas en las factorías nacidas a la sombra de la revolución industrial (aunque sólo sea así en nuestro primer mundo). Pero, ¿la situación actual es tal que se pueda permitir desactivar completamente la conciencia de los trabajadores y su lucha por defender sus derechos y por conseguir la igualdad social? Pues en muchos ámbitos es evidente que no. Pero en otros, de los llamados cualificados, más dados a acoger a jóvenes pagados de sí mismos y con el título colgado al cuello… tampoco. Es necesario reformular las viejas formas, los modelos obsoletos, pero mantener el mensaje. Por eso este debate es necesario, tanto como que muchos de los que se arrastran por este mundillo abran los ojos de una vez y reconozcan que, a pesar de lo que les han contado, siguen siendo el último eslabón de la cadena. De un color y un metal diferente al de sus padres, cambiando manos ásperas por afilados dedos tecleando un ordenador. Pero poco más han cambiado las cosas.

(Entrada dedicada a mi compañero «el que quiera un horario fijo, que se meta a funcionario». Bueno, que compañero no es. Que yo tengo 30 compañeros a los que no conozco y no he visto en mi vida. Al igual que pasa con la oficina en la que según dice mi contrato trabajo, que tampoco la he visto jamás y que está a 400 km de mi casa)

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Lamentablemente, de nuevo, son los hechos los que mueven a la acción a posteriori. Porque los focos parecen llegar a este asunto a cuenta de lo que sucede en Integranova. El banner, por cierto, va a la barra lateral y si el tema te afecta te recomendaría hacer lo mismo: